miércoles, 10 de febrero de 2010

serigrafiando falacias

Hace días que no duermo bien. Luego tengo periodos así. Dicen que es porque algo me preocupa, justo en este momento ese algo pudiera tomar muchos nombres. No voy a nombrar ninguno. Tengo este trabajo por dos semanas, imprimiendo cubitos de madera en serigrafía, veinte mil o una cosa así, no llevo ni la tercera parte y ya estoy hasta la madre, no me gusta la serigrafía, vale, no me gusta casi nada, pero necesito el dinero entonces qué carajos. Estoy cansado, ligeramente intoxicado por los solventes y algunas cervezas, tengo mucho sueño y quizá no es el mejor momento para ponerme a escribir, pero si no lo hago ahora, esto, lo que sea que esto sea, mañana no va a tener ningún interés ni sentido (vale, no lo tiene ahora).

La cosa es, que está esta chica, la veo todos los días en la mañana cuando voy a tomar el camión para el trabajo, tiene una tienda de abarrotes a dos cuadras de mi casa y yo paso por allí a diario con mi cara de recién bañado y un sueño del que con todo y baño todavía no me puedo desprender, volteo como reflejo invariablemente, en realidad no me interesa ni nada, pero bueno, no está del todo mal pienso siempre, sobre todo mientras no sonríe. Luego doy otros tres o cuatro pasos y ya pasé la tienda, no vuelvo a pensar en ella hasta el otro día en la mañana mientras paso breve por allí.

Hoy llego al taller a seguir imprimiendo putos cubitos y ella está allí, con un delantal algo manchado de pintura, el cabello rizado recogido y poniendo todo el empeño (poco?, mucho? aún no lo sé) sobre los putos cubitos. Vale, no es muy buena en ello. Nadie nos presenta, yo me pongo a trabajar y apenas saludo, su mesa queda a mi espalda, hay un polaco paseándose por allí que jamás entiende mis chistes y me ve muy raro mientras me destornillo de risa, el tipo es extraño. Pasa bastante tiempo antes de que le hable, el suficiente tiempo para que me duelan las piernas de estar parado y necesite un pretexto para moverme. Las mismas cosas de siempre, las mismas preguntas de rigor, las mismas respuestas planas, el ritual de interacción humano apesta, deberíamos acercarnos y olfatearnos las colas o una cosa así. Bueno no, dejemos eso para después. No mucho después. Yo nunca tengo nada que decir así que dejo que hable. Y ella habla. Aha. Sep. Anda. Si, claro. Monosíabos. Es toda mi aportación. Ella tiene mucho más que decir. Te veo todos los días en la tienda, es la frase más larga que me sale, creo. Ella me habla de lo que va a estudiar, de cómo y porqué dejo la escuela un año, de otras cosas que no estoy muy seguro de que eran, de un proyecto que le entusiasma sobre ecología, recogen envases de plástico en la universidad, reciclaje y cosas así, ahora lo van a hacer en las calles, fuera de la universidad, se lo dan a alguien. Cuánto les pagan, pregunto. Al principio nos daban algo, muy poco, casi nada, ahora ya no, pero es mucho más por la conciencia ecológica que por ganar dinero. Bueno, pienso, alguien igual de preocupado por la ecología se está inflando de lana mientras ustedes se revientan el lomo recogiendo envases todo el pinche fin de semana. La conciencia ecológica me vale madre. Hubo un tiempo que me preocupaba y me comprometía. Me tomaba un tiempo para urgar y separar mi basura, cerraba la regadera mientras me enjabonaba, reciclaba hojas de papel para salvar unos árboles, todas esas cosas. Ahora la verdad ya no me importa. Para mi las cosas van a seguir igual, en verdad no creo que valla a tener hijos, por lo que la frase esa de qué planeta les vas a heredar a los hijos de tus hijos me tiene sin ningún cuidado. No sé a los demás, pero a mi, los hijos de mis hijos y los hijos de ellos y todos los hijos de alguien más no me interesan. Si, soy un tipo egoísta. Igual que todos los demás, solo que yo estoy plenamente conciente de ello y no me da ningún reparo admitirlo. Creo que estoy pensando en cosas como estas mientras ella sigue hablando. Tiene una voz simple. Tiene una conversación simple. Ríe poco y casi por compromiso. Yo trato de portarme amable y eso. Ya establecí que no me gusta, pero bueno, uno nunca sabe qué le va a gustar el día de mañana. Se veía mucho mejor detrás del mostrador. Luego pienso que ahora voy a tener que saludarla todas las mañanas, y luego, quizá, a su mamá, así es la gente, le cuenta a su gente que conoció a más gente, luego, ellos te ven y te saludan, le cuentan a alguien más sobre el tipo que saludan que no tienen ni puta idea de quien es pero pasa todos los días, al rato te saluda más gente. Yo los veo y les sonrío, a veces, otras solo muevo la cabeza, devuelvo el saludo como espejo. Me gusta pasar por las calles sin que nadie me conozca, sin que nadie me ponga atención. Tengo un año viviendo aquí y no sé cómo se llaman mis vecinos. No me importa. Dice mi papá que eso no es bueno. Yo estoy seguro que no lo es. No voy a hacer nada al respecto.

Después de un rato el silencio vuelve y solo escucho el movimiento de las bisagras que sostienen las mallas subiendo y bajando, el rasero sobre la tinta y la tinta sobre la madera. Son las ocho y ella se va, a mi me quedan por lo menos otras tres horas.

Supongo que mañana la voy a saludar cuando pase por la tienda.