martes, 21 de febrero de 2012

inercia

Llego de noche y sin siquiera entrar vuelvo a salir, me espera mi casa sola, siempre puede esperar un rato más. No hay mayor necesidad fuera de caminar un poco, la noche lo sugiere, mi casi siempre inmóvil cuerpo lo tendría que agradecer. Sólo algunos pasos.

Antes buscaba la caja con aparentemente menos gente, nunca me ha gustado esperar. Los carritos llenos se amotinan en las filas. Yo llevo en las manos lo que necesito. Una caja de cereal, el cartón de leche. Algunas cervezas, un par de manzanas o jamón y pan, queso, un solitario jabón, una botella de agua o más cervezas, un tipo sólo puede sin dificultad alguna cargar todo lo que necesita en sus dos manos. Incluso, los hay mancos también, que cargan con ello en una sola de ellas. Luego deje de formarme detrás de donde la lógica de un breve análisis sugería que fuera el lugar más apropiado para un cobro rápido y mi libertad otra vez en la calle. Invariablemente, cuando está por llegar mi turno, hay corte de caja, o la señora de adelante tiene problemas con su tarjeta de crédito y hay que esperar al supervisor, o no pasa el código de lo que llevo y el encargado de electrónica viene de rodillas desde donde putas esté después de vocearlo tres o cuatro veces para decirle que si, que el paquete de clavijas que llevo cuesta veintidós pesos, se lo hubiera cobrado como pan, joven, dice la cajera con una sonrisa que quiere ser conciliadora; como pan o como un trozo de la verdadera cruz de cristo de a veintidós pesos, le digo con una sonrisa. Sólo le digo la sonrisa, lo demás me lo meriendo con el plátano ligeramente pasado de mi refri que ya estoy visualizando.

Es cierto que para lo que llevo, podría comprarlo en otra tienda de cualquier esquina, pero el supermercado es la esquina primera después de mi casa y busco a veces un pretexto como ese para quejarme de la gente y de mi mismo y mi suerte con los cortes de cajas y las señoras con tarjetas y los encargados de electrónica que se putas tardan. Quejarse es algo que me sale bien. Desafortunadamente le sale bien a la mayoría, entonces, difícilmente es un arte que pudiera explotar como lo que mereciese si fuera ligeramente más exclusivo.

Hoy paso rápido y sin cortes. Puedo comenzar su cuenta. Si. Encontró todo lo que buscaba. Si. Desea alguna recarga para celular. No. Tiene idea de la tristeza que viene cargando hoy. Si. Qué es lo que le preocupa. El estar preocupado, antes no me pasaba. Usted ha madurado, o lo está haciendo, preocuparse es importante para el proceso. Supongo. Le cobro sesenta y tres pesos, quiere donar dos pesos para el redondeo. No. Necesita sonreír. Si, solía ser muy fácil. Qué lo ha vuelto difícil. No es difícil, solo es ausente. Qué le divierte. Casi todo. Debería sonreír entonces. Me preocupa la inercia, la perdida de mi humor absolutamente simple. Eso es una paradoja. Quizá lo sea. O un círculo vicioso más bien. Más bien. Desea hacer algún retiro de su tarjeta. No. Ya se fijó que soy suficientemente guapa debajo del mandil verde y las nueve de la noche. No, no lo había notado. Mire, he ahí el problema, usted ha dejado de ver. No completamente, estaba mirando apenas distraídamente el trasero firme aunque no muy bien proporcionado de la cajera de enfrente. Mire, he ahí el problema. Cuál. Está dejando de ver por querer ver. Es usted una puta lumbrera. Y usted un pendejo ingrato. Qué hace desperdiciando su empatía y lucidez ocho horas bajo un mandil verde. Me gano la vida. La vida no se la ganó, se la dieron sin merecimientos. Me gano el pan para sustentar una vida inmerecida. Eso suena a algo que pude haber dicho yo. Bueno, lo estás escribiendo, realmente no estoy segura si lo dije yo o pusiste las letras en mi boca. ¿Todo esto sucedió? Está sucediendo, acaba de suceder con cada palabra que dejas atrás. Y supongo que no saldrás un viernes por la tarde conmigo. Pude haberlo hecho, si me hubieras visto en lugar de estar sosteniendo tus propios hombros. La inercia. Llámalo como quieras, lo cierto es que nos tuteamos desde hace unos renglones y ni siquiera lo habías notado. Pero sólo eres parte de mi mente, de un recuerdo borroso de tu cuerpo bajo un delantal verde y el sonido de la caja registradora sobre tu voz. Bendita esquizofrenia, nunca estarás solo.

domingo, 23 de octubre de 2011

otra nota agria

Me senté a oírlos mientras hablaban y sonreían, sabía que tenía que estar haciendo otra cosa, sabía que tenía que estar justo allí con ellos, sabía que de ninguna manera estaba agusto, conforme. Nunca estoy conforme, paradójicamente mi mediocridad se erige despótica sobre todo lo que hago.

Un fin de semana que dejo que se escurra, otra vez, con este sabor amargo de todos los domingos por la noche, estériles, con el caudal cercano lleno de ideas, con el infranqueable muro de mi apatía franqueando mis posibilidades.

Hoy puedo decir que por fin tengo proyectos, metas, todo lo borrosas y borrascosas como pueden estarlo justo ahora, pero están allí. Siguen siendo en cierta forma un tanto ajenas y autoimpuestas más por necesidad que por convicción, necesidad propia de movimiento, de no dejarse morir, de caminar hacía algún lado, jamás echar raíces.

Sigo preguntando a dónde se fue el tiempo, antes era tanto. Sigo pensando a dónde se fueron mis ganas, antes eran tantas. Quizá estén en el mismo sitio, tiempo y ganas, ganas tiempo, pierdes interés, te interesas en el tiempo y las ganas se pierden en el camino, cuál camino, hacia dónde. Dejó de importarme a dónde llegar, siempre me ha gustado mucho más el camino que el destino, disfruto viajar por el proceso que te lleva hacía donde vas, si llegas o no, es intrascendente. Dicen que eso es un problema. Yo digo que se vallan al carajo, con todo y camino, con todo y destino. Me tiro en la cama y dejo que pase el resto de la vida, si pudiera cerrar los ojos y dormir, hasta que mañana deje de ser el futuro.

Hoy pudiera llorar por nada.

Hoy pudiera morir por eso.

Mañana voy seguir vivo. De alguna manera.

Tengo esta necesidad imperiosa de crear, de construir, de hacer. Tengo la capacidad de hacerlo. Luego vengo y la ignoro lo suficiente hasta que se vuelve frustración y esta cosa como desprecio, es necesario escupirlo de alguna manera y vengo y lo hago aquí y ahora. Mañana voy a segur vivo y hay que enfrentarlo de alguna manera.

Por qué sigo postergándolo. Por qué esta necedad de hacerme pendejo a mi mismo. Por qué desperdiciarme de esta manera. Por qué arrinconarme e ignorar las ganas el tiempo suficiente para que se cansen y se larguen.

Qué te hace falta me preguntó. Nada, lo tengo todo. Todo.

Qué es lo peor que pudiera pasar, insistió. Nada, que no pase nada, ese es el problema, eso es lo peor que pasa.

Haz que pase, recriminó. Puedo hacerlo.

¿Entonces?. Silencio.

A qué le tienes miedo, a triunfar?

Si. Absolutamente. Estoy acostumbrado a fracasar, lo he hecho cientos de montones de veces, me levanto, me sacudo y sigo adelante, tengo costras sobre las costras de mis cicatrices, hay algunas que ya ni duelen, otras no acaban de cerrar nunca, pero qué chingados, sigues caminando, te haces de nuevas neurosis en el camino, desparramas algunas groserías y te quedas sin algunos amigos, cada vez haces menos de estos, conservas los imprescindibles, luego se te queda el coche en algún lado y cuando vas a marcar a alguno de ellos para que te lleve otra batería, te quedas pensando que no tienes a quién marcarle, a dónde se fueron mis amigos, antes eran tantos, igual que el tiempo, igual que las ganas. Ya no le tengo miedo a eso. Puedo manejar el fracaso. Triunfar, por otro lado…

Putos puntos suspensivos. Releo los últimos dos renglones y me doy cuenta de lo patéticos que son. Me doy cuenta de lo jodido que he llevado todo esto. Tranquilo, hijo, tienes toda tu vida por delante. No es cierto, estadísticamente ya viví la mitad de ella. Y no sé si vivir sea la palabra correcta.

Hay tanto que hacer.

Dejo parpadeando el cursor largo rato después de esa última palabra, la vista fija en el monitor y toda esta impotencia acumulándose en mi garganta.

Estoy seguro que quería llevar todo esto a algún lado, pero ya no se a dónde iba ni se me ocurre una manera de terminarlo. ¿Cómo siempre?. Duerme y levántate mañana. Trabaja, construye, esfuérzate, mantente atento, date cuenta que ya no estás esperando el vagón que va a traer tu vida, te subiste a él desde hace mucho y lo has vuelto una muy señora porquería.

viernes, 9 de septiembre de 2011

postergado

hoy me alcanzó
ese beso postergado
extrañado
siempre implícito
labios conocidos
que siguen siendo los mismos
que son tan diferentes
postergados, extrañados, explícitos
revolución de conciencias
motín de lenguas vivas
un náufrago suspiro
y volver con esa sonrisa
postergada
extrañada
explícita

sábado, 23 de abril de 2011

me quedé mirándola y no le respondí

Si he de ser completamente sincero, tendría que decir que lo que llamó mi atención fueron sus pantorrillas. Y pretendo ser completamente sincero.

Esa calle y sus topes diagonales y su remedo de río pestilente y seco y sus largas trenzas de autos y su semáforo brevísimo. Pisaba el acelerador apenas, lo suficiente para consumir gasolina sin avanzar, mi padre en el asiento de al lado y mi pie pisando apenas, siempre es más fácil ir en el otro sentido, creo que pensaba. Y luego vi sus piernas a lo lejos, no suficientemente lejos, cinco o seis autos de distancia, un pantalón de mezclilla doblado sobre sus pantorrillas morenas y sucias, seguía pisando el acelerador, el auto en neutral ahora, adivinando un semáforo rojo y subiendo por sus piernas, cortas, son lindas y sucias y morenas pantorrillas, creo que pensaba. Debía tener no más de 15 años y caminaba por la mitad de la calle, en sentido contrario a la cadena de coches inmóviles, insolados con las dos de la tarde encima, tenía una botella con agua en una mano y un trapo con un pedazo de cuero en la otra, se cruzó a dos autos de distancia, yo seguía viéndola, esperando que llegara y decirle con un dedo que no, que pasara de mi parabrisas sucio. No llegó, el semáforo, distante aún, cambió lo suficiente para avanzar los dos autos que me separaban, seguía viéndola mientras se subía a la banqueta, sus catorce años me quitaron la atención de sus pantorrillas, seguía pensando en decirle que pasara de mi parabrisas sucio, creo. Entonces comenzó a llorar. Pasó de largo, por la banqueta, sin mirar mi parabrisas, no más de un instante, lloraba, sin lágrimas, sin ruido, sin aviso, como esos aguaceros que vienen de la nada con grandes gotas y empañan todo, sólo que sin el sonido húmedo de las gotas, de las lágrimas, de los sollozos. La vi de frente y la seguí mientras avanzaba y su perfil seguía llorando, se llevó un brazo a la cara, ni siquiera para ocultarla, tal vez solo para sentirla, no lo sé. La expresión de desesperación, la ausencia de lagrimas, la manera en como su pecho se agitaba con sollozos que no producían sonido, el no permitirse el quebrarse por completo, el no darse cuenta tal vez de que lo que estaba haciendo, era llorar. Se envolvió en mi garganta y apretó. No fue un nudo en la garganta, fue un cadalso de impotencia. La seguí por el espejo lateral mientras avanzaba un poco más, llegó a la esquina y se recargo en el poste, no sé si seguía llorando, estaba de espalda, su hombro en el concreto vertical, detuve el auto de nuevo, apenas unos metros adelante, se separó del poste y siguió por la esquina, dos pasos y salió del espejo, mi padre me decía algo, yo seguí pisando el acelerador, avanzando apenas.

Unas calles más adelante una camioneta atropelló un perro, le rompió una pata. El animal siguió caminando, cojeando, asustado, yo compraba helado, la camioneta se paró unos metros más adelante, un tipo se bajó y tomó al perro con cuidado, creo que pudo haberlo mordido, pensé, creo que estaba demasiado asustado, se dejó cargar, el tipo lo subió a la camioneta y le hizo una caricia. Arrancó despacio y dejé de verlo mientras doblaba hacía la casa.

Unas horas más tarde dibujaba un pájaro y su historia para una niña con sus grandes y emocionados ojos de diez años encantados sobre el papel, a mi me gusta dibujar, me contaba, y me gustan las personas que dibujan, no dejaba de sonreír, qué quieres ser tú de grande, me preguntó.

Me quedé mirándola y no le respondí, le sonreí, o intenté hacerlo.

Ella lloraba en la calle, sin ver nada más, sin ver siquiera su llanto, creo que pensé qué es lo que pudiera hacer por ella, en qué podría cambiar su vida cualquier cosa que yo hiciera por ella, creo que al final, y al principio, no pensaba en ella, me llené de ese mismo llanto sordo, invisible y me vi a mi mismo llorando, sin saberlo, con toda mi frustración a cuestas, con todo mi puto egoísmo volviendo un espejo una niña que trabaja en la calle mientras yo conducía a casa. Sé lo absurdo que es. Sé bien lo patético que suena; sin embargo, la imagen me invade, me rebasa, me obliga a venir y ponerlo en letras, mientras digo que no estoy llorando. Mientras sigue sonando su sonrisa y su pregunta me desnuda, no quiero ser nada.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

mis huevos bicentenarios

Vale, esto pudiera ser ligeramente más largo de lo que suelo poner por acá, pero si no tienes nada mejor que hacer, quédate a leer cómo escupo sobre las fiestas patrias.

No pretendo descubrir ni evidenciar nada que no se halla dicho antes, ni meterme en cuestiones políticas/históricas/sociales tan raspadas como el tema mismo, escribir esto es solo mi muy particular forma de reventarle el hocico al mundo desde la trinchera bastante cómoda de estos párrafos, de decir una vez más (y no por última vez) todo lo harto que estoy del tema de nuestros doscientos años de libertad y la forma en que ello nos esclaviza. Es solo mi lado del cristal de un prisma que en principio no me interesa pero que no deja de molestarme.

Y es que hablar del bicentenario a estas alturas es redundar, dar vueltas sobre nuestra propia mierda y la manera en que concientemente nos la tragamos casi sin hacer gestos.

Comienzo por cuestionar como siempre el comportamiento humano y remonto hasta la hipótesis de que el ser humano es siempre un ente esencialmente egoísta. Y sin un conocimiento histórico profundo me atrevo no a dudar, sino a asegurar el carácter parcial y evidentemente sectorial de una revolución. Cualquier revolución. El movimiento de independencia no es más que un cambio de poderes, es la preocupación de un pequeño grupo de personas sobre su necesidad y su creencia al derecho por el poder, en beneficio propio por supuesto. Nos han bombardeado hasta el hartazgo de la iconografía heroica y desinteresada de los héroes de nuestra independencia, yo no creo en el heroísmo, por lo menos no en un heroísmo altruista. Pienso en las conspiraciones, los planes, las ideas, los deseos y no puedo imaginarme a los orquestadores de todo ello pensando en las vidas miserables de los indígenas, en la forma en que podría cambiar su situación, en la manera precisa en que ser independientes de España iba a mejorar las vidas de las mujeres, los hombres y los niños que trabajaban y morían en las haciendas, en las calles. Los veo en cambio a ellos, encumbrados en el poder y poseedores de esas vidas que morían en los campos sin saber si lo hacían bajo la corona española o la bota de un criollo. Los contemplaban, por supuesto, eran necesarios, indispensables como una fuerza de choque, como un ejercito completamente desechable, como carne de cañón siempre disponible, fácilmente moldeable, completamente a disposición. Murieron más de 600 mil mexicanos en esa lucha, cuántos sabían realmente por lo que estaban luchando, cuántos murieron por cada caudillo que pensaba en el bienestar de su propia clase, cuantos de estos caudillos pensaban en ti o en mi o en cualquiera más allá de su particular mundo. Sin embargo hoy gritamos vivas a hidalgo mientras hubo y sigue habiendo miles de muertos completamente anónimos y no menos importantes. Parafraseando a Stalin, la muerte de uno es una tragedia, la muerte de miles es estadística.

No cuestiono la importancia de un líder, tampoco los actos que son necesarios para los grandes cambios. Me molesta si, la manera en que estos motivos y estos actos son manipulados y vendidos por nuevos `caudillos´, que enardecen los ánimos comunes con las historias que queremos escuchar, con las que nos gusta creer, con motivos idénticos que sus predecesores hace doscientos, cuatrocientos, ochocientos años: el bienestar personal y la búsqueda de poder.

Y así, estamos parados aquí dos siglos después, con un país `libre´ que se pudre en su propio lodo, con problemas tal vez diferentes pero no menos importantes que entonces, con la libertad cada vez más coartada por nosotros mismos y nuestras decisiones, nuestras ambiciones, o la falta de ellas. Hundidos en nuestra propia y esclavizante mediocridad y la incapacidad absoluta para salir de ella. No, no es incapacidad, es deseo de no hacerlo, el nicho de lo mediano es tan cómodo.

Pan y circo. Qué poco hemos cambiado.

Veo el despliegue de medios para conmemorar la fecha, para recordarnos hasta dónde hemos llegado, para hacernos sentir grandes, fuertes, independientes. Personalmente no me siento grande, fuerte, independiente. Me siento frustrado, me siento agredido, me siento enojado. Observa de manera somera la cantidad de carteles que hay por donde pasas todos los días, la televisión, la radio, la señalética en carreteras, los periódicos, lo que sea, hacia donde voltees, lo que sea que escuches, el bicentenario está en todos lados. Ahora piensa que allí por donde pasas todos los días es solo un callejoncito pequeño de una ciudad enorme. Piensa en la cantidad de recursos necesarios para cubrir esa ciudad hasta el punto en que esta ahora, piensa de dónde salen esos recursos, luego ve y trabaja ocho, nueve, diez, doce horas para ganar la miseria que ganas y pagar un comercial donde el presidente te dice que estés orgulloso de tu libertad, para imprimir un cartel con los rostros que cambiaron a México, para pagar una enorme fiesta en la plaza con un montón de cuetes mientras al lado de tu callejón (o en tu callejón) degollan a veintitrés no menos orgullosos mexicanos.

Y luego vienen, de la nada y te regalan tres días de descanso para que conmemores la importancia del acontecimiento de tu libertad. Tres días muertos en un país que lo primero y quizá lo único que necesita es trabajo. Ve y emborráchate, ve y grita, ve y piérdete en el marasmo de la fiesta que enmascara tu jodida realidad. Vuelvo sobre mis pasos y los redirijo por un momento, pienso en los líderes y en los cientos que murieron a sus órdenes, me imagino como uno de ellos, uno más entre los miles que van a morir, pienso que lo hago por el bienestar de los que vienen, no hoy ni mañana, los que estén aquí en doscientos años, luego los veo, cómo mientras yo renunció a todo y muero desangrado en un campo, mientras mi mujer, mis hijos, mueren igual, para construir un país que valga la pena, ellos están contentos con el país hundido en la mierda en el que están, cómo están tan poco dispuestos, no a morir, sino siquiera a trabajar por ese país. Y no entiendo cómo o por qué es por lo que voy a morir. No vale la pena hacerlo. Ser el pretexto para dejar de esforzarse en lugar de ser el ejemplo por el cual esforzarse. No vale la pena hacerlo.

Muchas veces he dicho que me gusta mucho México, que me gusta mucho ser mexicano. Otras por el contrario, detesto profundamente lo que somos, me da asco el ver la forma en que nos comportamos: hacen como que me pagan, hago como que trabajo. Cuántas veces has escuchado eso, cuántas veces lo has dicho tú mismo. Queremos obtener siempre lo más que se pueda haciendo lo menos posible, no importa en la manera en que lo hagamos. Y aún más que eso, necesitamos saber que estamos jodiendo a quien nos provee trabajo y sustento. No son 24 horas de trabajo lo que perdemos, son 24 horas por cada uno de nosotros que trabaja, alrededor de 63 millones de personas más de 1500 millones de horas desperdiciadas, nos quejamos de que no hay trabajo, de que no hay dinero, traduce esas horas en trabajo, traduce esas horas en dinero. Pero es un decreto presidencial. Presidencialmente pendejas decisiones. Y quien tiene la suficiente conciencia como para decidir trabajar y exigir el trabajo en esas horas, es repudiado por la gente a la que le da empleo.

No podemos construir un país que tan gustosamente estamos felices de sabotear.

De qué sirve la historia, de qué sirve conmemorar y enfiestar una fecha si no tenemos la mínima disposición de construir sobre las bases fundamentales de lo que se supone su esencia, si ni siquiera nos tomamos la molestia de pensar sobre esas bases, sobre sus significados, es solo otra fiesta, qué es lo que festejas, qué has logrado tú para sentirte con el derecho de festejar. Observa la enorme desigualdad en la que vivimos y aceptamos, quejándonos siempre, pero sin los huevos para cambiar. El cambio colectivo, es siempre el cambio individual: todos lo hacen, yo no haría ninguna diferencia. Y bajo esa máxima nos resignamos a ello, nos justificamos en ello, todos, y nadie estamos dispuestos a ser ese cambio, es a fin de cuentas, lo más cómodo, con todo lo jodido que pueda ser. Hablo de país, hablo de colectividad, demagogia. No, no hablo de país, no hablo de colectividad, hablo de mi y de cómo se ven las cosas desde aquí en este momento. Yo no tengo nada que festejar, no me importa Hidalgo ni Morelos ni Aldama ni Zapata ni Madero, yo le iba a Díaz y reitero mi convicción de las verdaderas acciones que son necesarias para lograr las cosas, no me importa cómo valla a estar el país en doscientos años, ni gritar vivas con la cabeza llena de alcohol y el patio lleno de cadáveres. Me importo yo y mi propio bienestar, mi propio progreso, mi propia independencia de todos ustedes. Soy ese tipo eminentemente egoísta que mencionaba al principio y no tengo ningún pudor en admitirlo. Sé sin embargo que para lograrlo dependo –a veces directa y otras indirectamente- de todo lo que me rodea, de ti y de él y de ellos y me da un asco tremendo el ver cómo tú y yo y él, estamos dispuestos a seguir dentro de ese cómodo hueco de la mediocridad, a aceptar que no voy a ser mejor y que no es posible hacer un cambio, a joder todo lo que pueda porque me han jodido a mi, a decir viva México y matarlo con mi apatía, a robarte todo lo que pueda, a esclavizarte todo lo que pueda, ya te chingué, ya nos chingamos todos.

Quizá ya no estemos sujetos de manera obvia a la voluntad y la explotación de otro país, quizá tengamos un gobierno democrático por el que se ha luchado y muerto, pero seguimos tan esclavos de vicios propios y ajenos, estamos tan sometidos por el propio gobierno corrupto y tiránico que nosotros mismos hemos construido y alimentado, que celebrar al respecto me parece, desde mi particular punto de vista, una aberración.

Si hoy fuera obligación inescrutable el gritar algo, de frente y a la cara yo tendría que levantarme y gritar: mis huevos con el bicentenario.

domingo, 5 de septiembre de 2010

bitacora de tianguis

llegamos bien pinche tarde y bien pinche crudos. todo el pinche día y no vendimos más que un jarrón. nos gastamos mucho más de lo que vendimos en mueganos, elotes, gatorades pa rehidratar, bolsas, mazapanes, la comida y la cena. al final, sinfónica que no se oía, con esquites, doñas platiqueras y pleitos sin polis.


números rojos y carcajadas que valieron la pena.


parca bitácora.

jueves, 2 de septiembre de 2010

media vida antes

me acuerdo que en la secu me preguntó un día a un profe qué quería ser cuando tuviera 25 años, me paré y le dije con toda seguridad que no tenía idea de qué iba a ser a los 25 pero que podía asegurarle lo que no iba a ser: un tipo mediocre


me acordé de eso hace unas semanas, poquillo antes de cumplir 28

y

pff

domingo, 11 de julio de 2010

faltantes

tengo un poema justo en la punta de mi lápiz

justo en el borde de mi mente

justo en el filo de mi vida

y no sé cómo empieza

ni cómo sigue

ni cómo acaba

martes, 6 de julio de 2010

trascendencia

la trascendencia es una mierda inventada para paliar una vida
que no vale hasta que se acaba
no me interesa que alguien me recuerde una vez que ya no esté
hago lo que hago solo porque no sé qué más hacer
hago lo que hago solo por no podrirme
hago lo que hago solo por olvidarme

jueves, 1 de julio de 2010

contra.dicción

regálame un mensaje. seguro. el mensaje nunca salió, es por el edificio, supusimos.
salimos del edificio y caminamos un montón de cuadras.
el mensaje nunca salió.
toma, háblale me dijo ella. no, solo quería contestarle, no tengo ganas de escucharla.
por qué.
porque me encanta escucharla.