miércoles, 15 de septiembre de 2010

mis huevos bicentenarios

Vale, esto pudiera ser ligeramente más largo de lo que suelo poner por acá, pero si no tienes nada mejor que hacer, quédate a leer cómo escupo sobre las fiestas patrias.

No pretendo descubrir ni evidenciar nada que no se halla dicho antes, ni meterme en cuestiones políticas/históricas/sociales tan raspadas como el tema mismo, escribir esto es solo mi muy particular forma de reventarle el hocico al mundo desde la trinchera bastante cómoda de estos párrafos, de decir una vez más (y no por última vez) todo lo harto que estoy del tema de nuestros doscientos años de libertad y la forma en que ello nos esclaviza. Es solo mi lado del cristal de un prisma que en principio no me interesa pero que no deja de molestarme.

Y es que hablar del bicentenario a estas alturas es redundar, dar vueltas sobre nuestra propia mierda y la manera en que concientemente nos la tragamos casi sin hacer gestos.

Comienzo por cuestionar como siempre el comportamiento humano y remonto hasta la hipótesis de que el ser humano es siempre un ente esencialmente egoísta. Y sin un conocimiento histórico profundo me atrevo no a dudar, sino a asegurar el carácter parcial y evidentemente sectorial de una revolución. Cualquier revolución. El movimiento de independencia no es más que un cambio de poderes, es la preocupación de un pequeño grupo de personas sobre su necesidad y su creencia al derecho por el poder, en beneficio propio por supuesto. Nos han bombardeado hasta el hartazgo de la iconografía heroica y desinteresada de los héroes de nuestra independencia, yo no creo en el heroísmo, por lo menos no en un heroísmo altruista. Pienso en las conspiraciones, los planes, las ideas, los deseos y no puedo imaginarme a los orquestadores de todo ello pensando en las vidas miserables de los indígenas, en la forma en que podría cambiar su situación, en la manera precisa en que ser independientes de España iba a mejorar las vidas de las mujeres, los hombres y los niños que trabajaban y morían en las haciendas, en las calles. Los veo en cambio a ellos, encumbrados en el poder y poseedores de esas vidas que morían en los campos sin saber si lo hacían bajo la corona española o la bota de un criollo. Los contemplaban, por supuesto, eran necesarios, indispensables como una fuerza de choque, como un ejercito completamente desechable, como carne de cañón siempre disponible, fácilmente moldeable, completamente a disposición. Murieron más de 600 mil mexicanos en esa lucha, cuántos sabían realmente por lo que estaban luchando, cuántos murieron por cada caudillo que pensaba en el bienestar de su propia clase, cuantos de estos caudillos pensaban en ti o en mi o en cualquiera más allá de su particular mundo. Sin embargo hoy gritamos vivas a hidalgo mientras hubo y sigue habiendo miles de muertos completamente anónimos y no menos importantes. Parafraseando a Stalin, la muerte de uno es una tragedia, la muerte de miles es estadística.

No cuestiono la importancia de un líder, tampoco los actos que son necesarios para los grandes cambios. Me molesta si, la manera en que estos motivos y estos actos son manipulados y vendidos por nuevos `caudillos´, que enardecen los ánimos comunes con las historias que queremos escuchar, con las que nos gusta creer, con motivos idénticos que sus predecesores hace doscientos, cuatrocientos, ochocientos años: el bienestar personal y la búsqueda de poder.

Y así, estamos parados aquí dos siglos después, con un país `libre´ que se pudre en su propio lodo, con problemas tal vez diferentes pero no menos importantes que entonces, con la libertad cada vez más coartada por nosotros mismos y nuestras decisiones, nuestras ambiciones, o la falta de ellas. Hundidos en nuestra propia y esclavizante mediocridad y la incapacidad absoluta para salir de ella. No, no es incapacidad, es deseo de no hacerlo, el nicho de lo mediano es tan cómodo.

Pan y circo. Qué poco hemos cambiado.

Veo el despliegue de medios para conmemorar la fecha, para recordarnos hasta dónde hemos llegado, para hacernos sentir grandes, fuertes, independientes. Personalmente no me siento grande, fuerte, independiente. Me siento frustrado, me siento agredido, me siento enojado. Observa de manera somera la cantidad de carteles que hay por donde pasas todos los días, la televisión, la radio, la señalética en carreteras, los periódicos, lo que sea, hacia donde voltees, lo que sea que escuches, el bicentenario está en todos lados. Ahora piensa que allí por donde pasas todos los días es solo un callejoncito pequeño de una ciudad enorme. Piensa en la cantidad de recursos necesarios para cubrir esa ciudad hasta el punto en que esta ahora, piensa de dónde salen esos recursos, luego ve y trabaja ocho, nueve, diez, doce horas para ganar la miseria que ganas y pagar un comercial donde el presidente te dice que estés orgulloso de tu libertad, para imprimir un cartel con los rostros que cambiaron a México, para pagar una enorme fiesta en la plaza con un montón de cuetes mientras al lado de tu callejón (o en tu callejón) degollan a veintitrés no menos orgullosos mexicanos.

Y luego vienen, de la nada y te regalan tres días de descanso para que conmemores la importancia del acontecimiento de tu libertad. Tres días muertos en un país que lo primero y quizá lo único que necesita es trabajo. Ve y emborráchate, ve y grita, ve y piérdete en el marasmo de la fiesta que enmascara tu jodida realidad. Vuelvo sobre mis pasos y los redirijo por un momento, pienso en los líderes y en los cientos que murieron a sus órdenes, me imagino como uno de ellos, uno más entre los miles que van a morir, pienso que lo hago por el bienestar de los que vienen, no hoy ni mañana, los que estén aquí en doscientos años, luego los veo, cómo mientras yo renunció a todo y muero desangrado en un campo, mientras mi mujer, mis hijos, mueren igual, para construir un país que valga la pena, ellos están contentos con el país hundido en la mierda en el que están, cómo están tan poco dispuestos, no a morir, sino siquiera a trabajar por ese país. Y no entiendo cómo o por qué es por lo que voy a morir. No vale la pena hacerlo. Ser el pretexto para dejar de esforzarse en lugar de ser el ejemplo por el cual esforzarse. No vale la pena hacerlo.

Muchas veces he dicho que me gusta mucho México, que me gusta mucho ser mexicano. Otras por el contrario, detesto profundamente lo que somos, me da asco el ver la forma en que nos comportamos: hacen como que me pagan, hago como que trabajo. Cuántas veces has escuchado eso, cuántas veces lo has dicho tú mismo. Queremos obtener siempre lo más que se pueda haciendo lo menos posible, no importa en la manera en que lo hagamos. Y aún más que eso, necesitamos saber que estamos jodiendo a quien nos provee trabajo y sustento. No son 24 horas de trabajo lo que perdemos, son 24 horas por cada uno de nosotros que trabaja, alrededor de 63 millones de personas más de 1500 millones de horas desperdiciadas, nos quejamos de que no hay trabajo, de que no hay dinero, traduce esas horas en trabajo, traduce esas horas en dinero. Pero es un decreto presidencial. Presidencialmente pendejas decisiones. Y quien tiene la suficiente conciencia como para decidir trabajar y exigir el trabajo en esas horas, es repudiado por la gente a la que le da empleo.

No podemos construir un país que tan gustosamente estamos felices de sabotear.

De qué sirve la historia, de qué sirve conmemorar y enfiestar una fecha si no tenemos la mínima disposición de construir sobre las bases fundamentales de lo que se supone su esencia, si ni siquiera nos tomamos la molestia de pensar sobre esas bases, sobre sus significados, es solo otra fiesta, qué es lo que festejas, qué has logrado tú para sentirte con el derecho de festejar. Observa la enorme desigualdad en la que vivimos y aceptamos, quejándonos siempre, pero sin los huevos para cambiar. El cambio colectivo, es siempre el cambio individual: todos lo hacen, yo no haría ninguna diferencia. Y bajo esa máxima nos resignamos a ello, nos justificamos en ello, todos, y nadie estamos dispuestos a ser ese cambio, es a fin de cuentas, lo más cómodo, con todo lo jodido que pueda ser. Hablo de país, hablo de colectividad, demagogia. No, no hablo de país, no hablo de colectividad, hablo de mi y de cómo se ven las cosas desde aquí en este momento. Yo no tengo nada que festejar, no me importa Hidalgo ni Morelos ni Aldama ni Zapata ni Madero, yo le iba a Díaz y reitero mi convicción de las verdaderas acciones que son necesarias para lograr las cosas, no me importa cómo valla a estar el país en doscientos años, ni gritar vivas con la cabeza llena de alcohol y el patio lleno de cadáveres. Me importo yo y mi propio bienestar, mi propio progreso, mi propia independencia de todos ustedes. Soy ese tipo eminentemente egoísta que mencionaba al principio y no tengo ningún pudor en admitirlo. Sé sin embargo que para lograrlo dependo –a veces directa y otras indirectamente- de todo lo que me rodea, de ti y de él y de ellos y me da un asco tremendo el ver cómo tú y yo y él, estamos dispuestos a seguir dentro de ese cómodo hueco de la mediocridad, a aceptar que no voy a ser mejor y que no es posible hacer un cambio, a joder todo lo que pueda porque me han jodido a mi, a decir viva México y matarlo con mi apatía, a robarte todo lo que pueda, a esclavizarte todo lo que pueda, ya te chingué, ya nos chingamos todos.

Quizá ya no estemos sujetos de manera obvia a la voluntad y la explotación de otro país, quizá tengamos un gobierno democrático por el que se ha luchado y muerto, pero seguimos tan esclavos de vicios propios y ajenos, estamos tan sometidos por el propio gobierno corrupto y tiránico que nosotros mismos hemos construido y alimentado, que celebrar al respecto me parece, desde mi particular punto de vista, una aberración.

Si hoy fuera obligación inescrutable el gritar algo, de frente y a la cara yo tendría que levantarme y gritar: mis huevos con el bicentenario.

domingo, 5 de septiembre de 2010

bitacora de tianguis

llegamos bien pinche tarde y bien pinche crudos. todo el pinche día y no vendimos más que un jarrón. nos gastamos mucho más de lo que vendimos en mueganos, elotes, gatorades pa rehidratar, bolsas, mazapanes, la comida y la cena. al final, sinfónica que no se oía, con esquites, doñas platiqueras y pleitos sin polis.


números rojos y carcajadas que valieron la pena.


parca bitácora.

jueves, 2 de septiembre de 2010

media vida antes

me acuerdo que en la secu me preguntó un día a un profe qué quería ser cuando tuviera 25 años, me paré y le dije con toda seguridad que no tenía idea de qué iba a ser a los 25 pero que podía asegurarle lo que no iba a ser: un tipo mediocre


me acordé de eso hace unas semanas, poquillo antes de cumplir 28

y

pff