domingo, 23 de octubre de 2011

otra nota agria

Me senté a oírlos mientras hablaban y sonreían, sabía que tenía que estar haciendo otra cosa, sabía que tenía que estar justo allí con ellos, sabía que de ninguna manera estaba agusto, conforme. Nunca estoy conforme, paradójicamente mi mediocridad se erige despótica sobre todo lo que hago.

Un fin de semana que dejo que se escurra, otra vez, con este sabor amargo de todos los domingos por la noche, estériles, con el caudal cercano lleno de ideas, con el infranqueable muro de mi apatía franqueando mis posibilidades.

Hoy puedo decir que por fin tengo proyectos, metas, todo lo borrosas y borrascosas como pueden estarlo justo ahora, pero están allí. Siguen siendo en cierta forma un tanto ajenas y autoimpuestas más por necesidad que por convicción, necesidad propia de movimiento, de no dejarse morir, de caminar hacía algún lado, jamás echar raíces.

Sigo preguntando a dónde se fue el tiempo, antes era tanto. Sigo pensando a dónde se fueron mis ganas, antes eran tantas. Quizá estén en el mismo sitio, tiempo y ganas, ganas tiempo, pierdes interés, te interesas en el tiempo y las ganas se pierden en el camino, cuál camino, hacia dónde. Dejó de importarme a dónde llegar, siempre me ha gustado mucho más el camino que el destino, disfruto viajar por el proceso que te lleva hacía donde vas, si llegas o no, es intrascendente. Dicen que eso es un problema. Yo digo que se vallan al carajo, con todo y camino, con todo y destino. Me tiro en la cama y dejo que pase el resto de la vida, si pudiera cerrar los ojos y dormir, hasta que mañana deje de ser el futuro.

Hoy pudiera llorar por nada.

Hoy pudiera morir por eso.

Mañana voy seguir vivo. De alguna manera.

Tengo esta necesidad imperiosa de crear, de construir, de hacer. Tengo la capacidad de hacerlo. Luego vengo y la ignoro lo suficiente hasta que se vuelve frustración y esta cosa como desprecio, es necesario escupirlo de alguna manera y vengo y lo hago aquí y ahora. Mañana voy a segur vivo y hay que enfrentarlo de alguna manera.

Por qué sigo postergándolo. Por qué esta necedad de hacerme pendejo a mi mismo. Por qué desperdiciarme de esta manera. Por qué arrinconarme e ignorar las ganas el tiempo suficiente para que se cansen y se larguen.

Qué te hace falta me preguntó. Nada, lo tengo todo. Todo.

Qué es lo peor que pudiera pasar, insistió. Nada, que no pase nada, ese es el problema, eso es lo peor que pasa.

Haz que pase, recriminó. Puedo hacerlo.

¿Entonces?. Silencio.

A qué le tienes miedo, a triunfar?

Si. Absolutamente. Estoy acostumbrado a fracasar, lo he hecho cientos de montones de veces, me levanto, me sacudo y sigo adelante, tengo costras sobre las costras de mis cicatrices, hay algunas que ya ni duelen, otras no acaban de cerrar nunca, pero qué chingados, sigues caminando, te haces de nuevas neurosis en el camino, desparramas algunas groserías y te quedas sin algunos amigos, cada vez haces menos de estos, conservas los imprescindibles, luego se te queda el coche en algún lado y cuando vas a marcar a alguno de ellos para que te lleve otra batería, te quedas pensando que no tienes a quién marcarle, a dónde se fueron mis amigos, antes eran tantos, igual que el tiempo, igual que las ganas. Ya no le tengo miedo a eso. Puedo manejar el fracaso. Triunfar, por otro lado…

Putos puntos suspensivos. Releo los últimos dos renglones y me doy cuenta de lo patéticos que son. Me doy cuenta de lo jodido que he llevado todo esto. Tranquilo, hijo, tienes toda tu vida por delante. No es cierto, estadísticamente ya viví la mitad de ella. Y no sé si vivir sea la palabra correcta.

Hay tanto que hacer.

Dejo parpadeando el cursor largo rato después de esa última palabra, la vista fija en el monitor y toda esta impotencia acumulándose en mi garganta.

Estoy seguro que quería llevar todo esto a algún lado, pero ya no se a dónde iba ni se me ocurre una manera de terminarlo. ¿Cómo siempre?. Duerme y levántate mañana. Trabaja, construye, esfuérzate, mantente atento, date cuenta que ya no estás esperando el vagón que va a traer tu vida, te subiste a él desde hace mucho y lo has vuelto una muy señora porquería.

viernes, 9 de septiembre de 2011

postergado

hoy me alcanzó
ese beso postergado
extrañado
siempre implícito
labios conocidos
que siguen siendo los mismos
que son tan diferentes
postergados, extrañados, explícitos
revolución de conciencias
motín de lenguas vivas
un náufrago suspiro
y volver con esa sonrisa
postergada
extrañada
explícita

sábado, 23 de abril de 2011

me quedé mirándola y no le respondí

Si he de ser completamente sincero, tendría que decir que lo que llamó mi atención fueron sus pantorrillas. Y pretendo ser completamente sincero.

Esa calle y sus topes diagonales y su remedo de río pestilente y seco y sus largas trenzas de autos y su semáforo brevísimo. Pisaba el acelerador apenas, lo suficiente para consumir gasolina sin avanzar, mi padre en el asiento de al lado y mi pie pisando apenas, siempre es más fácil ir en el otro sentido, creo que pensaba. Y luego vi sus piernas a lo lejos, no suficientemente lejos, cinco o seis autos de distancia, un pantalón de mezclilla doblado sobre sus pantorrillas morenas y sucias, seguía pisando el acelerador, el auto en neutral ahora, adivinando un semáforo rojo y subiendo por sus piernas, cortas, son lindas y sucias y morenas pantorrillas, creo que pensaba. Debía tener no más de 15 años y caminaba por la mitad de la calle, en sentido contrario a la cadena de coches inmóviles, insolados con las dos de la tarde encima, tenía una botella con agua en una mano y un trapo con un pedazo de cuero en la otra, se cruzó a dos autos de distancia, yo seguía viéndola, esperando que llegara y decirle con un dedo que no, que pasara de mi parabrisas sucio. No llegó, el semáforo, distante aún, cambió lo suficiente para avanzar los dos autos que me separaban, seguía viéndola mientras se subía a la banqueta, sus catorce años me quitaron la atención de sus pantorrillas, seguía pensando en decirle que pasara de mi parabrisas sucio, creo. Entonces comenzó a llorar. Pasó de largo, por la banqueta, sin mirar mi parabrisas, no más de un instante, lloraba, sin lágrimas, sin ruido, sin aviso, como esos aguaceros que vienen de la nada con grandes gotas y empañan todo, sólo que sin el sonido húmedo de las gotas, de las lágrimas, de los sollozos. La vi de frente y la seguí mientras avanzaba y su perfil seguía llorando, se llevó un brazo a la cara, ni siquiera para ocultarla, tal vez solo para sentirla, no lo sé. La expresión de desesperación, la ausencia de lagrimas, la manera en como su pecho se agitaba con sollozos que no producían sonido, el no permitirse el quebrarse por completo, el no darse cuenta tal vez de que lo que estaba haciendo, era llorar. Se envolvió en mi garganta y apretó. No fue un nudo en la garganta, fue un cadalso de impotencia. La seguí por el espejo lateral mientras avanzaba un poco más, llegó a la esquina y se recargo en el poste, no sé si seguía llorando, estaba de espalda, su hombro en el concreto vertical, detuve el auto de nuevo, apenas unos metros adelante, se separó del poste y siguió por la esquina, dos pasos y salió del espejo, mi padre me decía algo, yo seguí pisando el acelerador, avanzando apenas.

Unas calles más adelante una camioneta atropelló un perro, le rompió una pata. El animal siguió caminando, cojeando, asustado, yo compraba helado, la camioneta se paró unos metros más adelante, un tipo se bajó y tomó al perro con cuidado, creo que pudo haberlo mordido, pensé, creo que estaba demasiado asustado, se dejó cargar, el tipo lo subió a la camioneta y le hizo una caricia. Arrancó despacio y dejé de verlo mientras doblaba hacía la casa.

Unas horas más tarde dibujaba un pájaro y su historia para una niña con sus grandes y emocionados ojos de diez años encantados sobre el papel, a mi me gusta dibujar, me contaba, y me gustan las personas que dibujan, no dejaba de sonreír, qué quieres ser tú de grande, me preguntó.

Me quedé mirándola y no le respondí, le sonreí, o intenté hacerlo.

Ella lloraba en la calle, sin ver nada más, sin ver siquiera su llanto, creo que pensé qué es lo que pudiera hacer por ella, en qué podría cambiar su vida cualquier cosa que yo hiciera por ella, creo que al final, y al principio, no pensaba en ella, me llené de ese mismo llanto sordo, invisible y me vi a mi mismo llorando, sin saberlo, con toda mi frustración a cuestas, con todo mi puto egoísmo volviendo un espejo una niña que trabaja en la calle mientras yo conducía a casa. Sé lo absurdo que es. Sé bien lo patético que suena; sin embargo, la imagen me invade, me rebasa, me obliga a venir y ponerlo en letras, mientras digo que no estoy llorando. Mientras sigue sonando su sonrisa y su pregunta me desnuda, no quiero ser nada.