sábado, 27 de marzo de 2010

viernes27

Pues si, tal vez ahora las salas de cinemex son mejores que las de cinépolis, pero la comida allí definitivamente apesta.

Muy buena película. Me como todo, renegando. Me como todo.

No tenía ganas de regresar otro viernes solo al depa, tampoco tenía humor suficiente como para hablar, reír, escuchar, ver a los demás, sin embargo, está esta necesidad de estar un rato entre la gente. Así que allí estás, viernes por la noche, vas y te metes a una sala de cine, junto con el resto de ellos, después no hay que ver a nadie, si puedes, te metes en la película, si no, esperas allí sentado a que acabe. Esta fue una buena película. Una buena película a la que no pude ponerle toda la atención que hubiera querido. No dejo de pensar en ese rato, tan breve, justo antes de entrar. Estoy allí parado, sin pensar realmente nada, mirando en general y luego ahí está. Me le quedo mirando y no sé qué pensar. El vidrio frente a mi me mira exactamente de la misma manera y me sacude una bofetada helada. Ese soy yo.

Una camisa azul a cuadros, pantalón café, las botas algo sucias, el cabello largo y desarreglado, las enormes ojeras, algo encorvado, los hombros bajos, las manos en las bolsas y esa mirada que me ve, completamente vacía. Pongo atención y huelo a sudor de todo el día, de toda la semana, de toda la vida. Siento pena por el reflejo.

Intento sonreír. Y no puedo, siempre ha sido tan fácil sonreír, nunca he necesitado una razón en particular, siempre he encontrado los momentos, los pretextos, las sonrisas, siempre he podido reírme de absolutamente todo. Y ahora no puedo.

Algunos problemas con los subtítulos al inicio, el encuadre del proyector tampoco está bien. Diez minutos, poco más, poco menos, arreglan las cosas. Una buena película. Me gusta. No dejo de pensar. Ese no soy yo. Ese no soy yo. Yo podía sonreír. Ese no soy yo. Siempre. Ese no soy yo. Dónde lo perdí. Ese no soy yo. Ese soy yo.

lunes, 15 de marzo de 2010

necesidad

Necesito esta mujer

De la cual pueda enamorarme

sin restricciones

sin límites

sin incertidumbres

Necesito esta mujer

De la cual pueda enamorarme

con pasiones

con acciones

con el tiempo por venir

Necesito esta mujer

De la cual pueda enamorarme

que me dicte poesía con su sonrisa

que me llene de sonrisa la poesía

que se permita y me permita

Enamorarla

Necesito esta mujer

De la cual pueda enamorarme

que me regale sus días

y me comparta sus sueños

que me regale sus noches

y se adueñe de mis sueños

Necesito esta mujer

De la cual pueda enamorarme

que una tarde cualquiera

sin pensarlo

sin quererlo

sin notarlo

me mire distraída

y me diga te amo.



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sábado, 6 de marzo de 2010

babel

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¿Te has parado un sábado por la noche, cualquiera, en un centro comercial atestado de gente, caminando, hablando, riendo, llorando, lo que sea; y dejado de poner atención a lo particular para poner atención a lo general?

Allí estaba, esperando afuera de una tienda de porquerías, sin ver nada específico, un par de ojos lindos, unas caderas unidas a esas largas piernas que las mecían, burlándome de todo lo diferente, de todo lo uniforme, de las viejas que se ponen esos suetercitos pequeños que resaltan aún más las lonjas, de los tipos que arrastran esa enorme inseguridad detrás de una retadora cara de pendejos, de las pubertas que se visten como putas y apenas pueden caminar con esos zapatos; coqueteando sin darme completa cuenta, descarada, breve (y muy inconcientemente) con la señora casada del brazo de su esposo, viendo el montón de parejas que pasan y se van, los embarazos con toda seguridad (mi seguridad por supuesto) no deseados, las bolsas de compras llenas de status, una televisión arriba en una esquina, sorprendiendo de repente mi reflejo en el aparador e ignorando (o tratando de hacerlo) mi propia patética situación en ese momento. Camino en círculos mientras espero, viendo todo esto, sin ninguna atención, pensando tal vez en otra cosa, en verdad nunca sé con certeza en qué estoy pensando. De repente me detengo y me doy cuenta de mi burbuja, hermosa burbuja, acorazada burbuja, salvadora burbuja, dudo un momento, luego, irresponsablemente, la abro.

Retrocedo un par de pasos y fijo mi mirada en el techo, perfiles metálicos, concreto, pintura blanca, algunos cables disimulados, quizá la parte menos cuidada de estos lugares, miramos cada vez menos hacia arriba. No quiero cerrar los ojos, no necesito hacerlo.

La estática de miles de palabras pronunciadas a la vez. Cientos de respiraciones y pasos y latidos, no me esfuerzo en desmenuzarlas, tratar de interpretarlas, de cualquier manera no podría, olvido la percepción individual, me pierdo en lo homogéneo, mi vista fija en el blanco, mis oídos abiertos y sin filtros, una marea sorda de ruido bajo, interrumpida por un llanto de niño que se funde enseguida, por la carcajada de una mujer que se disuelve en un instante, no entiendo una sola palabra, soy un recién llegado en una babel de murmullos impersonales, me sumerjo en una tina viscosa de ruido amortiguado, evito cerrar los ojos, necesito esa ancla, ese madero que me mantenga a flote del naufragio, busco alrededor, sin moverme, un resquicio de silencio, una pausa, un espacio vacío, virgen de aliento y vibración, un segundo, menos que eso, sé que si está allí, lo encontraré, me encontrará, pero no lo hago y tampoco lo hace, la sábana heterogénea del prójimo me envuelve por completo y me regala pródiga, hirviente, con desesperación, incomodidad, asco.


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