sábado, 23 de abril de 2011

me quedé mirándola y no le respondí

Si he de ser completamente sincero, tendría que decir que lo que llamó mi atención fueron sus pantorrillas. Y pretendo ser completamente sincero.

Esa calle y sus topes diagonales y su remedo de río pestilente y seco y sus largas trenzas de autos y su semáforo brevísimo. Pisaba el acelerador apenas, lo suficiente para consumir gasolina sin avanzar, mi padre en el asiento de al lado y mi pie pisando apenas, siempre es más fácil ir en el otro sentido, creo que pensaba. Y luego vi sus piernas a lo lejos, no suficientemente lejos, cinco o seis autos de distancia, un pantalón de mezclilla doblado sobre sus pantorrillas morenas y sucias, seguía pisando el acelerador, el auto en neutral ahora, adivinando un semáforo rojo y subiendo por sus piernas, cortas, son lindas y sucias y morenas pantorrillas, creo que pensaba. Debía tener no más de 15 años y caminaba por la mitad de la calle, en sentido contrario a la cadena de coches inmóviles, insolados con las dos de la tarde encima, tenía una botella con agua en una mano y un trapo con un pedazo de cuero en la otra, se cruzó a dos autos de distancia, yo seguía viéndola, esperando que llegara y decirle con un dedo que no, que pasara de mi parabrisas sucio. No llegó, el semáforo, distante aún, cambió lo suficiente para avanzar los dos autos que me separaban, seguía viéndola mientras se subía a la banqueta, sus catorce años me quitaron la atención de sus pantorrillas, seguía pensando en decirle que pasara de mi parabrisas sucio, creo. Entonces comenzó a llorar. Pasó de largo, por la banqueta, sin mirar mi parabrisas, no más de un instante, lloraba, sin lágrimas, sin ruido, sin aviso, como esos aguaceros que vienen de la nada con grandes gotas y empañan todo, sólo que sin el sonido húmedo de las gotas, de las lágrimas, de los sollozos. La vi de frente y la seguí mientras avanzaba y su perfil seguía llorando, se llevó un brazo a la cara, ni siquiera para ocultarla, tal vez solo para sentirla, no lo sé. La expresión de desesperación, la ausencia de lagrimas, la manera en como su pecho se agitaba con sollozos que no producían sonido, el no permitirse el quebrarse por completo, el no darse cuenta tal vez de que lo que estaba haciendo, era llorar. Se envolvió en mi garganta y apretó. No fue un nudo en la garganta, fue un cadalso de impotencia. La seguí por el espejo lateral mientras avanzaba un poco más, llegó a la esquina y se recargo en el poste, no sé si seguía llorando, estaba de espalda, su hombro en el concreto vertical, detuve el auto de nuevo, apenas unos metros adelante, se separó del poste y siguió por la esquina, dos pasos y salió del espejo, mi padre me decía algo, yo seguí pisando el acelerador, avanzando apenas.

Unas calles más adelante una camioneta atropelló un perro, le rompió una pata. El animal siguió caminando, cojeando, asustado, yo compraba helado, la camioneta se paró unos metros más adelante, un tipo se bajó y tomó al perro con cuidado, creo que pudo haberlo mordido, pensé, creo que estaba demasiado asustado, se dejó cargar, el tipo lo subió a la camioneta y le hizo una caricia. Arrancó despacio y dejé de verlo mientras doblaba hacía la casa.

Unas horas más tarde dibujaba un pájaro y su historia para una niña con sus grandes y emocionados ojos de diez años encantados sobre el papel, a mi me gusta dibujar, me contaba, y me gustan las personas que dibujan, no dejaba de sonreír, qué quieres ser tú de grande, me preguntó.

Me quedé mirándola y no le respondí, le sonreí, o intenté hacerlo.

Ella lloraba en la calle, sin ver nada más, sin ver siquiera su llanto, creo que pensé qué es lo que pudiera hacer por ella, en qué podría cambiar su vida cualquier cosa que yo hiciera por ella, creo que al final, y al principio, no pensaba en ella, me llené de ese mismo llanto sordo, invisible y me vi a mi mismo llorando, sin saberlo, con toda mi frustración a cuestas, con todo mi puto egoísmo volviendo un espejo una niña que trabaja en la calle mientras yo conducía a casa. Sé lo absurdo que es. Sé bien lo patético que suena; sin embargo, la imagen me invade, me rebasa, me obliga a venir y ponerlo en letras, mientras digo que no estoy llorando. Mientras sigue sonando su sonrisa y su pregunta me desnuda, no quiero ser nada.

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